Uno de los restaurantes con más solera de Valencia es sin duda alguna el Palace Fesol. Más de cien años de historia avalan su trayectoria. Imagínense ni la guerra del catorce ni la Guerra Civil, provocaron el cese de su actividad. El Palace se mantuvo impertérrito ante tanta convulsión social de dichos periodos y se fue granjeando con los años un cariño especial que ha perdurado a lo largo del tiempo.
La familia que lo fundó, originaria de la localidad de Pedralba, a unos escasos 35 km de Valencia, abría en aquellos lejanos tiempos este establecimiento con la firme intención de ofrecer una cocina típicamente valenciana, amparada en los productos de cercanía que serían la base de una extensa oferta de platos de cuchara y arroces de todo tipo. Un cocina humilde pero elaborada con mucho corazón y con los mejores productos disponibles. A ello se fueron sumando una extensa gama de pescados frescos y carnes de origen que catapultaron al establecimiento a la cima de la gastronomía valenciana, hasta tal punto que durante varias generaciones fue punto de encuentro de personalidades de la sociedad valenciana, artistas, folclóricos, toreros, actores o escritores. Hasta el mismísimo Gregory Peck pudo disfrutar de su gastronomía en su visita a Valencia. Un espacio con mucha sobriedad y cierto glamour que ha sabido ir modernizándose y adaptándose con los años a la demanda de una clientela cada vez más educada gastronómicamente. Actualmente es regentado por la cuarta generación de la familia San Miguel.
Pero claro la historia tiene como columna vertebral una magnífica puesta en escena de los platos más representativos del recetario valenciano: titaina, all i pebre de anguilas, cocas de dacsa, la paella valenciana, El rossejat, la fideuá o los pescados de la costa valenciana.
El amor que sienten por los arroces les ha llevado a la edición de un ejemplar denominado «El Gran libro de la paella y los arroces de la Comunidad Valenciana» con una exitosa acogida de la crítica especializada.
En cada una de mis visitas a este emblemático restaurante observo que se respira muchísima tranquilidad, incluso cuando el comedor está lleno de comensales. No se oyen conversaciones subidas de tono, se respira cierta armonía y complicidad que favorecen notablemente el disfrute de su gastronomía. El arroz perfecto, en su punto como tiene que ser y el servicio muy profesionalizado que sabe anticiparse perfectamente a las demandas de su clientela. Estas virtudes lo convierten en un sitio muy especial, tantos años de historia han moldeado el lugar dotándolo de todas estas cualidades. Sus precios normales, en la justa medida de la calidad de su propuesta gastronómica. Me voy con la firme convicción de que es todo un “coloso” que no acusa el paso de los años.