Como no podía ser de otra manera el verano es una época muy especial. El sol, las zambullidas en nuestras templadas aguas, esa tranquilidad que transmite el sonido de las olas del mar, que en ocasiones provocan más de una siestecita a su orilla, es algo fantástico. aunque no son aguas caribeñas, nuestras playas se convierten en un pequeño paraíso, durante unas horas. Cargar con las sombrillas hasta la orilla, aguantar al pesado que juega a la pelota cerca de nuestra toallas o tener que oír la música a toda pastilla del que tenemos tumbados a nuestro lado, son males menores, al final lo importante es disfrutar plenamente de la jornada playera, tostarse como un cangrejo sobre la arena y presumir de bronceado, a lo Julio Iglesias, durante largas semanas y sin son meses aún mucho mejor.
Y claro en esta tesitura no podía faltar el restaurante, que nos proporciona ese intermedio playero para evadir el sol de justicia que amenaza con meterse en nuestras entrañas, un sol que nos castiga con mala leche, como si le debiéramos dinero. El restaurante es el remanso de paz, el bunker de la jornada, el lugar ideal para disfrutar de amigos y familiares junto a una buena comida y por ende un buen arroz de los que presumimos, y con razón, tener en nuestra tierra. Y si no que se lo digan a los ingleses o alemanes que también acuden al mismo después de haber recibido el castigo de los rayos solares como cangrejos cabreados. Mucho de ellos no saben ni papa de español, pero la palabra PAELLA la pronuncian de maravilla como si la hubieran oído desde su nacimiento.
Uno de los restaurantes costeros más frecuentados se encuentra en la playa del Dosel de Cullera, en un entorno idílico, respetado por la mano del hombre, lleno de dunas naturales, aguas cristalinas, vamos que sólo con pensarlo dan ganas de bajar al garaje, coger el coche y poner rumbo al lugar. Pero este paraje singular, a pesar de venderse sólo, cuenta con un aliado de lujo, luzajo diría yo, y es el Restaurante La Mar Sala. En varias publicaciones había leído que era uno de los mejores lugares de la provincia para almorzar, así que ni corto ni perezoso me persone un día allí con siete amigos para comprobarlo. Pedimos sepia y nos trajeron una sartén enterita de ellas, lo mismo nos pasó con las croquetas que nos sirvieron una cazuela, que era una tentación de pecado capital. Y así suma y sigue. Al final decidí que volvería también a comer un día de estos.
El día que cumplí con mi deseo de volver, me quede totalmente sorprendido. Comprobé que tienen una gastronomía muy peculiar. Conocida, pero con un sello propio, entrantes valencianos muy bien cuidados, algunos, a pesar de tradicionales casi olvidados, como las cocas de dacsa, una largísima lista de arroces, en que el rey es el famoso arroz de señoret, del que ostentan dos primeros premios de la Comunidad Valenciana, e incluso varios tipos de fideuá. Pero si no te gusta el arroz, no hay de que preocuparse, porque sus pescados o carnes colmarán cualquier deseo culinario.
En pleno otoño llena su salón a diario. Cuando otros restaurantes de nuestras costas han dado la temporada por terminada, sigue ofertando la misma carta de los meses de mayor esplendor. Me doy cuenta de que no entiende de temporadas sino de buen hacer, de sacrificio por sus clientes y de profesionalidad. Ese trato sencillo, afable y esa gastronomía tan personal me han cautivado, hasta tal punto que si no celebro allí las navidades será por mi mujer y el pesado de mi cuñado, que son mas fassion, me pondrían mil y una pegas al no celebrarlas en un local de la capital. Pero claro este criterio se lo voy a cambiar yo muy pronto, invitándolos e a comer en este cautivador restaurante.
Si no lo conocen aún les invito a que lo hagan cualquier día de estos.