COMER EN VALENCIA .- En estos tiempos, en los que  la globalización permite la cercanía de cualquier punto del mundo a golpe de ratón, los flujos de población siguen la misma tendencia que antes de que pudiéramos imaginar siquiera que un día existirían las siglas w.w.w.  y con ellas una ventana abierta hacia posibilidades inmensas.  La humanidad sigue desertizando lugares de gran belleza para afincarse en  ciudades en las que tenemos casi todo en la mano. Pero claro este hábitat tiene también algunos inconvenientes, ya que se echa de menos esa familiaridad entre los que te rodean que si tenías en el pueblo de origen. En las urbes somos unos grandes desconocidos, incluso, a veces, cuesta reconocer a los  inquilinos de nuestro propio edificio.

Hoy traemos a nuestra portada a una estirpe de luchadores que han hecho de su medio una forma de vida. Un medio durísimo, a veces con bajísimas temperaturas que no han impedido que la familia Iranzo amase con todas sus fuerzas.

Los orígenes se remontan a cincuenta años atrás en los que la actual Matriarca, Doña Fina, una  entrañable y cariñosa mujer de 80 años llegaba a Venta de Gaeta, una aldea de Cortes de Pallás situada entre la Muela Albeitar y la Sierra Martés,  acompañada de su marido Luis, arrastrados por la belleza del entorno y con la firma convicción de establecerse en el lugar trabajando la tierra y criando animales. Eran tiempos de escasez, de múltiples enfermedades para el ganado, de reparto difícil debido a los pocos  medios de transporte, pero ello no fue obstáculo para que poco a poco colmaran unas expectativas  que hasta entonces sólo eran devaneos y esperanzas.  La llegada de sus hijos Luis y José colmó la felicidad del matrimonio que con el paso de los años se reafirmó como uno de los artesanos de los embutidos de la comarca.

Una estirpe de luchadores en Venta de Gaeta

El tiempo ha hecho el resto, ratificando la calidad de unos productos que han rechazado de pleno la maquinaria industrial y que siguen elaborándose del mismo modo que hace cinco décadas. Tanto es así que todos los miércoles los elaboran para abastecer las demandas de unos clientes que llegan desde todas partes para llevárselos, multiplicando la población de la aldea, poco más de cien personas, por cinco, durante el fin de semana. Ello ha llevado a tener que abrir un restaurante en el mismo obrador para abastecer a tanto visitante. Es significativo que lo pudieran hacer al mismo tiempo que sufríamos una crisis nacional.  En el restaurante se pueden degustar tanto sus embutidos a la brasa, como platos típicos de la comarca: ajoarriero, morteruelo, cocidos o la famosísima  olla, cocinada con sus apreciados embutidos.

Llama la atención que la persona más activa del restaurante sea la mismísima Doña Fina,  a pesar de las advertencias de sus hijos, debido a sus años, esta hospitalaria mujer es feliz haciendo felices a los demás y está pendiente en todo momento en que no falte nada en ninguna mesa. Dos personas le acompañan en este empeño, Violeta y Carolina que son piezas fundamentales del engranaje del restaurante.

Una estirpe de luchadores en Venta de Gaeta

En mi visita pude sentir en mis carnes toda la hospitalidad y generosidad de esta familia. Tanto Fina, como Jose, Luis e incluso Violeta y Carolina transmiten sin quererlo esas placenteras vibraciones que hace que te sientas como uno más del lugar. Ellos abren su corazón a todo el que cruza el umbral de su puerta.

Doy gracias por todo lo que me dieron durante mi estancia y agradezco a Manel  la oportunidad que me brindó de conocer de cerca  por pormenores de estos intrépidos habitantes de Venga de Gaeta.

Manel es una de esas personas que no tiene vida propia ni la necesita. Tiene un corazón en el que sus arterias bombean el cariño por los demás, por su tierra, por sus gentes. Es en sí mismo el mayor exponente de las actividades que se pueden desarrollar en esta comarca. No necesita ningún reconocimiento, ni le hace falta, su mayor virtud es su sencillez, su sinceridad y el cariño que profesa por todo aquello que considera justo. Las necesidades de su gente son sus propias necesidades, las inquietudes de los mismos son sus propias inquietudes. Incluso las metas de sus vecinos se convierten en un reto para Manel.  Hay que señalar que es todo un aventurero, el mayor embajador de la belleza de su comarca. Miles de fotos de su entorno en las redes sociales  ratifican esta aseveración. Como yo le dijo cariñosamente es el Calleja de Cortes de Pallás.  Igual lo ves colgado de un helicóptero que pendiente de una cuerda en un barranco o saltando de varios metros de altura hacia las aguas del pantano. Doy gracias por su amistad y prometo volver muy pronto a disfrutar de este lugar privilegiado.